
En el 140 A.C. el lusitano Viriato hizo un pacto de no agresión con el expansionista Imperio Romano a cambio de dejar libre a Serviliano, uno de los guerreros más importantes de Roma. Sin embargo, un grupo de romanos sobornaron a los embajadores lusitanos Audax, Ditalco y Minuro para que lo maten. Luego de liquidar a Viriato, estos fueron a cobrar la recompensa, pero el cónsul Servilio Cepión, sucesor y hermano de Serviliano, ordenó la ejecución de los asesinos pronunciando la famosa frase “Roma no paga a traidores”.
Dante Alighieri, en su Divina Comedia, cuenta que la traición es el máximo pecado que se puede cometer y merece el peor de los castigos en el infierno, que consiste en ser devorado por el mismo diablo. Dice que hay cuatro tipos de traiciones que puede cometer el hombre: contra los parientes, contra la patria, contra los huéspedes y contra sus bienhechores.
Si hablamos de política Argentina la traición es moneda corriente, basta con recordar que Perón fue derrocado por los generales que meses antes, le había asegurado lealtad. Lucifer tiene alimento frecuente con la gran cantidad de traidores a la patria que tenemos aquí. Una de las más contemporáneas fue el voto no positivo de Julio Cóbos. Ese día en el Congreso, luego de que el vicepresidente vote en contra del proyecto de ley de su gobierno y rechace la resolución 125, varios legisladores oficialistas repitieron las palabras de César, “¿Tú también hijo mío?”.
Estas son tan sólo historias sueltas de una vieja práctica humana. La traición duele y mata, pero así como Roma no perdonó, la historia tampoco lo hará.
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