domingo, 27 de junio de 2010

El juego

Es tan simple y tan sencillo que no debería ni plantearlo. Estas líneas, reflejo de un momento de un curioso delirio, no pueden más que pretender un breve análisis que posiblemente no movilice a nada ni a nadie. Entonces… ¿Por qué escribir? Desde que el hombre bajó del árbol, trató de dejar algo en su paso por la vida que lo haga trascender en el tiempo. Son esas pinturas que hoy parecen rayones. Así criticamos los primeros modos de expresión del ser humano.

¿Será esto lo que soñó Rousseau? ¿Este es ese bendito contrato? ¿Así debía funcionar? ¿El hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe o simplemente es malo por naturaleza y por eso actúa mal? ¿Qué es el bien y qué el mal? ¿El bien son esas cosas que dicen las sagradas escrituras? ¿Quién lo determina? ¿Qué dirá Dios? Y en todo caso, que me importa lo que el me diga a mí.

Ahí estás, me parece tan simple, te veo tan cerca, se que puedo hacerlo y sin embargo, no. ¿Qué se esconde detrás de las palabras?

Así estamos, indiferentes ante todo. Miles y miles de años. ¿Cuántas veces ya cambio el mundo cómo para querer seguir cambiándolo? Pero ahí están, creyendo, soñando, proyectando.

¿Qué trasciende? Si tenemos un poco de suerte vivimos tres años libres. Después entramos al jardín, después la escuela. Si hay suerte continuamos estudiando, si hay más suerte trabajo y si esta abunda demasiado tenemos una familia, un auto y un perro. ¿Eso nos hace más dignos? ¿Mejores? Digamos que hay cosas que las inventa uno, el juego que yo elegí para mí no es igual al tuyo, por eso mi consejo no vale. De todos modos, esto se puede unificar y tendremos un juego en común, eso está bueno, pero por más de que lo hagamos juntos no deja de ser eso: un juego.


Matías Fernández

 

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