martes, 30 de marzo de 2010

Homenaje Federal

Convencido de que la historia debe ser estudiada y pensada con pasión, me animo a escribir unas líneas sobre la vida y obra de Don Juan Manuel de Rosas a doscientos diecisiete años de su nacimiento.

Muchas veces, sobre todo desde la escuela, se lo ha tratado de pintar como un tirano. La historia oficial escrita por Mitre lo borra de la escena política Argentina, siendo esta la mejor estrategia para olvidar al líder federal.

Rosas es producto de la reacción popular despertada por el sometimiento generado por el libre cambio en las Provincias Unidas del Río de la Plata. Seis meses antes del grito revolucionario de mayo de 1810, Buenos Aires permitía con algunas restricciones, la apertura del puerto y en la Asamblea del Año XIII se terminaba por consolidar el proyecto liberal que permitió el ingreso de mercaderías extranjeras exterminando a la pequeña pero productiva industria nacional.

El monopolio con España había generado en nuestras tierras un efecto no deseado: la autarquía. Esto no significaba la independencia económica pero se producía en el país lo necesario para el consumo interno. Las políticas de libre cambio instauradas a partir de 1809, profundizadas años después, trataron de remediar el crecimiento del país para llevarnos a la dependencia inglesa.

El empréstito de 1822, gestionado por el entonces Ministro Rivadavia, había dejado a la Argentina endeudada e hipotecada. Para 1825 las exportaciones totalizaban cinco millones de pesos y las importaciones, en gran medida provenientes desde Gran Bretaña, ocho millones de pesos. La diferencia de tres millones era cubierta por nuestro país con la entrega de metálico. La situación era caótica, utilizábamos nuestros recursos naturales para equilibrar una balanza comercial que no beneficiaba a nuestro pueblo.

Cuando Rosas llegó por primera vez a la gobernación de Buenos Aires en 1829, ya existía el problema de la famosa Deuda Externa.

La medida más contundente de su gobierno para revertir la invasión de productos extranjeros, fue la Ley de Aduanas de 1835. Allí establecía un impuesto aduanero alto para los productos que competían con los nacionales y un impuesto aduanero bajo para los que no lo hacían. A su vez fijaba cifras razonables de cánones de exportación y promovía la creación de nuestra primera flota mercante, exceptuando de impuestos a los productos que salían del país en barcos nacionales. Esta medida, claramente proteccionista de la industria nacional, recuperó rápidamente el trabajo de los talleres que existían en época del virreinato. Así se comenzaba a restaurar la paz, el orden y la prosperidad. Las provincias, hasta el momento siempre perjudicadas por Buenos Aires, felicitaron la medida y en Salta, Tucumán y Catamarca se sancionaron leyes en homenaje al gran líder federal.

Este proceso histórico, altamente nacionalista y proteccionista encontró la reacción unitaria. Este sector creía que el país debía abrir las puertas al mundo, que los precios se regulaban perfectamente por oferta y demanda e ignoraban que sus políticas, ya aplicadas, habían perjudicado al pueblo. Federales y Unitarios simbolizaban dos proyectos antagónicos de país, generando una disyuntiva aún no resuelta.

Rosas también se opuso a la sanción de una constitución, pero efectuó el Pacto Federal, una alianza político militar para terminar con los unitarios, que obtuvo la adhesión de casi todas las provincias. Él consideraba que no se podía sancionar constitución hasta que las provincias no estén organizadas. Visto lo que pasó luego de 1853 comprendemos que no estaba para nada equivocado.

El federalismo se enfrentó a Francia e Inglaterra, países que efectuaron un duro bloqueo al cual Rosas supo resistir y hasta aprovechar en beneficio del desarrollo industrial local. Sin embargo, la reacción opositora no cesó. Los periódicos de Montevideo y los unitarios exiliados en general sostenían que se había suprimido la bandera Argentina y que en vez del Himno Nacional los soldados entonaban la refalosa o cualquiera de los himnos rosistas, hechos absolutamente falsos. Bajo estos escrúpulos se organizó el Ejército Grande, que comandado por Justo José de Urquiza e integrado por 24.000 hombres, entre los cuales 3.500 eran brasileños y 1.500 uruguayos, el 3 de febrero de 1852, en Caseros, Rosas fue derrotado y con el, la Patria. Por esto se vio obligado a exiliarse hasta su muerte.

Rosas se convirtió con estos hechos en uno de los primeros defensores de la Industria Nacional, la Soberanía Política y la Independencia Económica, por ello y mucho más, como reza un viejo canto popular, ¡Viva la Federación y Don Juan Manuel de Rosas!

Matías Fernández

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