lunes, 24 de mayo de 2010

Bicentenario

Clima crispado, orilleros en las calles, reuniones secretas, discusión en bares y algo de agua cayendo del cielo. Bajo estas condiciones se vivía por aquel mayo de 1810 cuando cambiaría el rumbo de la historia de estas tierras. Mientras la pequeña oligarquía porteña discutía sobre la separación o no de España y la formación o no de un gobierno integrado por criollos, el pueblo trabajaba. Así es, a pesar de lo que dice la historia oficial, todo nos indica que el pueblo en ese momento, en realidad, no quería saber de que se trataba. La palabra “revolución” fue colocada al 25 de mayo solo por obra de la historia. En ese momento la clase más pudiente de la Ciudad de Buenos Aires, no conocía la importancia del hecho que estaba gestando y en un momento agarró la manija del poder con la firme convicción de no soltarla. Con contradicciones y controversias, un poco inspirados por el iluminismo europeo y otro poco por la aventura, nuestros próceres comenzaban a escribir la historia Argentina.

Al poco tiempo se iniciaban las guerras de independencia. El primer proyecto patrio se caía y ya empezaba la sucesión de gobiernos a corto plazo, extraña patología que tanto nos ha caracterizado desde entonces. Por esos tiempos ya existían dos proyectos. Unos miraban a Europa y la querían estacionar en el puerto de Buenos Aires. Otros, ante el temor del libre cambio, miraban al interior y lo querían llevar a Buenos Aires con la simple intención de vender sus productos y desarrollar la industria nacional.

Pasaron años, pasó un siglo y el pueblo seguía ausente, pero un día soleado y caluroso, el pueblo dijo presente. Fue ese 17 de octubre de 1945 cuando las masas oprimidas decidieron ser protagonistas y tomaron las riendas de la transformación. Eran los cabecitas negras, los grasas, la barbarie. Eran los perjudicados por el liberalismo, el proyecto unitario y la década infame. Eran los trabajadores del subsuelo de la patria. Nacía uno de los hitos de nuestra historia, algo difícil de explicar. Un sentimiento, una fe popular o una filosofía de vida. Nacía el Peronismo y para bien o para mal, nuestras tierras giraban una vez más en su destino unos 180 grados. Con la presidencia de Perón el pueblo se hizo feliz y la patria grande, pero un día fue derrocado y obligado a ser exiliado. Comenzó la época de fusilamientos, censuras, traiciones, odio y prohibiciones. Ante la agresión de las clases extranjerizadas, el pueblo ahora peronista, se organizó, luchó y resistió.

Llegaron los 70. El mundo vivía épocas de revolución y aquí eran tiempos de guerrillas populares. Volvió Perón y murió siendo presidente. Al poco tiempo se instauró el terror como política de estado. Por medio de la tortura, las desapariciones y la fuerza se desarrolló la dictadura que regó de sangre el país a lo largo y a lo ancho. El saldo más lamentable: 30000 personas desaparecidas.

En 1983 llegó la democracia pero algo había cambiado en el pueblo y ya no era el mismo. En los 90, un gobierno autodenominado peronista, ejecutó el plan del imperio y remató al país por un dólar, por un solo dólar. Desapareció la industria nacional, perdimos nuestros recursos, se generaron las peores condiciones de pobreza y sufrimos el revés cultural más grande de todos los tiempos.

A fuerza de cacerola, saqueos y efervescencia popular, el 19 y 20 de diciembre de 2001 el pueblo retomó las calles. El lema “que se vayan todos” quedó como tantas otras cosas en la historia, pues no se fue ninguno.

En el 2003 dimos una vuelta de página. Otra vez peronismo pero ahora con Nestor Kirchner. Tratando de revertir las secuelas del modelo neoliberal de los 90 se recuperaron los sueños y la esperanza, pero también resurgieron las viejas diferencias.

Llegamos al bicentenario con algunas similitudes a 1810. Clima crispado, movilización en las calles, las reuniones secretas nunca dejan de existir, las discusión en bares tampoco aunque mutaron hacia la tecnología, y por suerte, de vez en cuando el agua sigue cayendo del cielo.

Argentina, país rico, tantas veces saqueado, tantas veces traicionado. Argentinos, tantas veces engañados, tantas veces confundidos, tantas veces enfrentados. Por estos días decidimos vivir la fiesta del Bicentenario. Banderas, cantos, festejos. El himno suena y nos emocionamos. Por un momento hasta parece que nos reconciliamos. Que lindo son los festejos y es necesario aprovecharlo, pero hoy tenemos 200 años en nuestras manos, hoy podemos cambiar la historia y esto, también hay que aprovecharlo.


Matías Fernández

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